Por Lolita Cuevas-Avendaño
Como si se tratara de un extenso manto de nieve, el salar más grande del mundo y destino icónico de Bolivia, Uyuni y sus alrededores ofrecen espectaculares momentos naturales que cautivarán y despertarán las almas viajeras, en una expedición que incluye avistamiento de aves, recorridos en carreteras imposibles, géiseres, lagunas, montañas, termas y recuerdos imborrables.
La dirección que apunta la brújula sobre el mapa marca al centro de Sudamérica, justo en Bolivia, donde los horizontes interminables, ocres montañas esplendorosas y lagunas entregadas al sol, prometen un viaje de surrealismo y ensueño. Rozan las fronteras de Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Perú. Allí, la mayoría de su gente tiene raíces indígenas, y muchos de ellos mastican hojas de coca a cualquier hora del día para mantenerse firmes frente al mal de altura. Se comunican en quechua los descendientes de la cultura Inca, y aymara los de la cultura Tiahuanaco.
Tierra de magia
Cuatro días de expedición en un país multipostales hacen volar la imaginación con paisajes de otro planeta: un mar de sal de 90 por 160 kilómetros, una piedra con forma de árbol, lagunas de intensos colores, aves, géiseres y más. En tierra firme todo inicia en el paso fronterizo Hito Cajón entre Chile y Bolivia, a bordo de un jeep 4X4 de 1997, al lado de decenas de mochileros, que viajan en sus respectivos vehículos todo terreno. La buena suerte está de nuestro lado desde el inicio del viaje porque nos acompaña Edgar, el guía predilecto de Expediciones Nueva Aventura, operadora de turismo especializada en el Salar de Uyuni.
Es iniciar el trayecto e instantáneamente dar gusto a los sentidos con planicies y montañas cobrizas, como teñidas y delineadas por el pincel del más delicado artista. Sobresale el Licancabur, imponente volcán de 5,920 m.s.n.m, en territorio chileno. Es el majestuoso vigía de dos lagunas muy cercanas entre sí, pero que son dos cuerpos de agua totalmente distintos: la laguna Blanca, apta para la vida de distintas clases de peces; y la laguna Verde, donde no hay rastro de especies acuáticas, debido a la presencia de arsénico y cobre. Con el viento, las partículas se mueven y le dan su característico tono, entonces a mayor viento mayor intensidad de color.
Desde las lagunas altiplánicas, en una de las entradas a la Reserva Nacional de Fauna Andina “Eduardo Avaroa”, ya se hace familiar mirar desde la distancia a manadas de guanacos o bandadas de flamencos, patos y demás aves que habitan la zona. Las huellas del camino están bien disimuladas para los turistas, pero bien reconocidas por los guías, quienes aclaran el riesgo que significaría emprender el recorrido cuando se es ajeno a la zona.
Polques es la siguiente laguna a visitar, e independientemente de que la sensación térmica sea de casi cero grados debido al gélido viento, es casi un deber regocijarse con un baño termal, en una humeante pileta redonda de un metro de profundidad, que se comparte con otros viajeros. Al continuar en el trayecto, desde muy lejos se consigue mirar una columna de vapor proveniente del géiser Sol de Mañana, que por la intensa actividad volcánica que registra, expulsa fumarolas que llegan a alcanzar 50 metros de altura si no hay viento. Es como un laberinto sin muros, sino con agujeros sobre el quebrado terreno y dentro de ellos se escucha el burbujeante hervir del agua combinada con componentes volcánicos. Además del parecido que tiene toda la zona con el paisaje lunar que nos muestran en las películas de Hollywood, estando en el Sol de Mañana con erupciones bajo el suelo, es inevitable pensar que así pudo haber sido cuando la tierra estaba creándose.
Después del deleite con este escenario desolado y casi infernal, con géiseres que encienden la temperatura de octubre, y antes de que se vaya el sol, se llega a la laguna Colorada. Aquí habitan más de 20 mil flamencos de largo pico, estilizado cuello y patas delgadas; plumaje blanco en cuello y pecho, y rosado intenso en cabeza, cola y alas. Esta especie endémica ofrece un permanente espectáculo natural, que incluye vuelos sincronizados y elegantes poses, a todo aquel que se aproxime a las matizadas aguas, que combinan con el plumaje de tan refinadas y exquisitas aves. No obstante, acercarse demasiado a ellos provoca que súbitamente emprendan el vuelo, y es más complicado fotografiarlos. Es frecuente mirar grupos de flamencos cortejando en el medio de la laguna; giran, se estiran y se muestran dominantes en un baile ofrecido a la hembra.
En los alrededores de esta laguna, se ubica un modesto refugio, conformado por pequeñas casas con paredes de adobe y techos de lámina de zinc, habitaciones de 6 y 8 camas individuales y un área común, ideal para conocer a otros viajeros. Es como si fuera un pequeño pueblo en el que no puede faltar un expendio de cervezas, en cuyos entornos las alpacas se pasean sin temor alguno. Aquí se pasará la primera noche, de la que se dice es las más complicada del viaje, toda vez que el cuerpo recién se está adaptando a la altura del altiplano, lo que se traduce en posibles náuseas, mareos, dolores de cabeza y malestares generales –una embarazada debe saber bien del tema-. La desconexión total de la tecnología y compartir una cena y un dormitorio con desconocidos (todavía) aliados de viaje, casi por reacción, la cordura sosiega a la locura, y la gravedad que podría suponer la situación, más bien se torna en tiempo para seguir imaginando lo que se verá al día siguiente. Así que, definitivamente, es posible sobrevivir a la amenazante primera noche.
Desierto bajo las estrellas
El desierto o pampas de Siloli es uno de los más áridos a nivel mundial debido al bajo índice de precipitación, pero aún con eso, es superado por el desierto de Atacama. Es la entrada principal a la Reserva Nacional de Fauna Andina “Eduardo Avaroa” y se encuentra cerca de los 5 mil m.s.n.m. El mayor encanto de este lugar son las inusuales formas que las rocas han cobrado por la erosión causada por el viento. Y la más extraña y fotografiada de todas ellas es el “Árbol de piedra”, formado por roca volcánica labrada naturalmente, declarado monumento nacional de Bolivia, con 5 metros de altura. Muy cerca de allí se encuentra el desierto de Dalí, en honor al pintor catalán Salvador Dalí, en el que es posible percibir cierto parecido con los paisajes representados en sus obras.
En el siguiente punto de la ruta se pasa por un cañón, donde las vizcachas (parecidas a una liebre lanuda) se dejan seducir por los alimentos que los turistas les ofrecen (siempre se recomienda que sean naturales y no procesados). Hay altas paredes de piedra forradas con una extraña planta de verde intenso que parece hongo, sin embargo no lo es y al tacto resulta esponjosa; la gente de la zona lo llama el “Brócoli Andino”, por su parecido a dicho vegetal y por la región en la que nace. En este punto es donde se hace evidente el agradecimiento por viajar en un 4X4, porque es uno de los sitios, geográficamente hablando, donde más complicado es el recorrido para el conductor por la exagerada cantidad de grandes piedras sueltas.
La lagunas altiplánicas se extienden brillantes ante el sol, cual diamante recién pulido, y bajo ese estandarte de belleza se recorre la Ruta de las joyas altiplánicas que, según el gusto de los aventureros y las sugerencias del guía, se pueden visitar las lagunas Ramaditas, Honda, Chiarkota, Hedionda y Cañapa. Después de las pertinentes fotografías a orillas de alguna de ellas (porque todas son muy parecidas y se pueden visitar brevemente) se llega a otra laguna: Chiguana. Aquí y en la laguna Colorada, los flamencos adornan los paisajes bolivianos con su elegante presencia y tranquilo andar. Eligieron a estos dos lugares como su hogar, el cual comparten con diversas especies de aves, mas ellos son los protagonistas de los lentes de los viajeros, con su espléndido plumaje rosado, el mismo que los flamencos jóvenes aún no terminan de teñir.
La segunda noche se pasa en la entrada sur al salar de Uyuni, en el pueblo de Chuvica, y es una de las más interesantes porque se duerme en un hotel hecho con sal: las paredes están cimentadas con bloques blancos de sal compactada, y en lugar de mosaicos o adoquines, el suelo está cubierto por pequeños pedazos de sal, como una suerte de grava blanca. Los propietarios y el guía saben cuán novedoso son para el viajero dichas murallas y siempre invitan a darle un discreto lengüetazo.
Tras la cena y una refrescante ducha, Edgar, el guía, nos regaló un paseo nocturno hacia el interior del salar de Uyuni, donde literalmente pudimos ver la vía láctea en una noche ausente de luna y de contaminación lumínica. La grandeza de la noche es aún mayor cuando no hay ruidos de vecinos o luces de la ciudad. Las constelaciones brillan con tremenda fuerza y pareciera que se posan a propósito lo más nítidas posible. El silencio es absoluto, y el horizonte, casi imperceptible, también.
El esplendor del salar
Con la misma magia que termina esta velada, empieza el nuevo día, incluso antes del amanecer y con un frío que cala los huesos, porque se trata de ser rápidos, tomar el equipaje, salir del hotel y llegar a mitad del salar para atraparlo infraganti cuando apenas despierta. Los primeros rayos del día parecen temerosos y tímidos. Es como si el sol se resistiera a asomarse, pero cuando llega el punto ideal del alba, resplandece como el primer poema de la mañana.
La grandeza del Salar de Uyuni, la estrella de esta aventura, es totalmente indiscutible cuando se mira desde la isla Incahuasi (casa del inca) que está cubierta por cactus de hasta 5 metros, de cientos de años. Y es llamada isla porque el salar es como un gran océano blanco, incluso con pequeños oleajes estáticos provocados por el viento, con diversos montículos de tierra tal cual fueran una isla, tal cual fueran un oasis para el viajero. Desde arriba se hacen evidentes los casi 15 mil metros cuadrados de extensión, que lo convierten en el salar continuo más grande del mundo.
Paradójicamente, a pesar de que cuentan con sal en abundancia, es un recurso mal pagado y, por consiguiente, poco explotado: cada 50 kilos trabajados valen entre 13 y 15 pesos bolivianos, que no es más de un dólar y medio. El pueblo donde se realiza el proceso se llama Colchani, a orillas del salar, lugar donde se ofertan todo tipo de artesanías al mejor precio, tales como ropa de lana, alhajeros de sal, bolsos tejidos y un gran etcétera.
Después del mediodía, el recorrido sigue hacia el viejo cementerio de trenes. La vía fue fundada en 1899, y en sus buenos tiempos los vagones eran el tesoro más preciado por los propietarios, quienes transportaban en ellos plata y otros minerales, principalmente hacia la ciudad de Antofagasta. Cuando la demanda disminuyó, el negocio se vino abajo, con lo que los carros de los trenes fueron abandonados en las solitarias vías, mas antes de quedar en el completo olvido, los armatostes y esqueletos de los vagones, pasaron a formar parte de un atractivo turístico del altiplano, mas han sido robados muchos fierros de vías y trenes.
La misma línea ferroviaria pasa por Uyuni, que bien merece una visita. Es un pueblo desértico con casi total ausencia de edificios altos. En el centro, en los alrededores del reloj icónico del lugar, se lleva a cabo la mayor actividad comercial de la zona y cuenta con servicios más avanzados que en el resto del tour. El domingo es el mejor día para mirar los mercadillos que se instalan en las principales calles.
Esa misma tarde, mientras atardece, se pasa por el pueblo San Cristóbal, cuyo mayor atractivo es su vistosa iglesia que, a decir de los lugareños, se da baños de sol cada mañana. Al finalizar la jornada, también significa que el viaje termina, porque es el día previo antes de retornar a Chile a primera hora desde Villa Mar, en una caravana al lado de otros 15 o 20 jeep 4X4 llenos de aventureros.
Todo es posible nada es seguro
Aquellos que emprendan este viaje por Bolivia, podrán aflorar el espíritu aventurero: no siempre había agua caliente, según la época el frío cala hondo cada día y el viento es helado; no hay señal de teléfono y mucho menos wifi. Pero hay instantes de silencio total, no se pasa hambre, hay risas y buenos momentos; es conocer gente, jugar con el viento y admirar cada montaña. De camino a la frontera la magia puede suceder. De acuerdo con el guía es una fortuna que atraviese una manada de guanacos frente a algún vehículo (porque siempre se esconden). Y lo mágico fue que cuando estaba amaneciendo, nos sucedió. Porque es verdad la máxima de Edgar, el guía: “En Bolivia todo es posible nada es seguro”.
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