Por Nancy Hernández García
«Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo».
Jorge Luis Borges
Lo que ocurre al cerrar la puerta de una casa es un misterio para los que no la habitan y al mismo tiempo es la invitación para imaginar lo que allí ocurre, mucho más si los habitantes son figuras públicas.
En La casa chica (Booket, 2018), los encuentros y arrebatados desencuentros de algunas de las parejas más famosas del siglo pasado son narrados en una prosa que no se queda en la descripción y crea postales poéticas que acercan a la gran figura con el lector. De la mano de Mónica Lavín el lector entra a cada recoveco no sólo de las casas chicas de, por ejemplo, el expresidente Miguel Alemán, “El Indio” Fernández, Frida Kahlo o Lupe Vélez, también indaga en los rincones del alma de los habitantes; por un momento la figura retoma la humanidad que la fama le quitó.
Las relaciones, generalmente tormentosas, recontadas aquí son parte del panorama cultural mexicano; política y farándula, la combinación preferida de Cupido y por la que muchos otros eventos no se explicarían o habrían terminado distintamente de no haber sido por un romance clandestino.
Hilda Krüeger y Miguel Alemán en tiempos de posguerra, cuando todo alemán era sospechoso de nazismo, pero México era proveedor de petróleo, tierra amiga para los desterrados y el Secretario de Gobernación, después presidente, era nada más y nada menos que Míster Amigo. ¿Cómo no acoger en sus brazos a la rubia de piernas largas dispuesta a ser la Malintzin de su tiempo? ¿Cómo evitar el embeleso de un acento extraño que pide en las caricias lo que una decente mexicana ni siquiera se atrevía a pensar?
Frida Kahlo y Nickolas Muray protagonizaron un romance artístico en toda la extensión de la palabra. La pintora cautivó al fotógrafo con su particular belleza de artesanía, es decir, de figura hecha a mano en la que incluso los defectos son dignos de apreciación. El fotógrafo enamoró a la pintora por su delicadeza exquisita. El dolor no aparecía cuando las caricias de Nick recorrían la piel llena de cicatrices de Frida; se transformaba en un estallido de belleza y color.
Conchita Martínez y Maximino Ávila Camacho, el hermano incómodo del presidente, enfermo de poder, ambicioso, dominante incluso en el terreno de los amores, engatusó a la joven cantante, que huyendo de la guerra vino a encontrarse con algo mucho peor: Maximino. De esa unión nació Pastora, joven que moriría joven en un accidente automovilístico y en vida cargara el estigma de ser la hija bastarda de Ávila Camacho.
Lupe Vélez, la actriz que no lograra consolidar una relación estable y duradera. Encantadora muchachita que sus compañeros actores vieran atractivísima pero por quien no estaban dispuestos a comprometerse y si lo hacían, como Johnny Weissmuller, era un matrimonio destinado al fracaso por la explosión de caracteres. Belleza, juventud, éxito y dinero no fueron motivos suficientes para que Lupe permaneciera en este plano.
Ocho son los romances famosos narrados desde otras perspectivas; ficción documentada, como admite la autora en una nota final, que dan al lector contemporáneo otra idea de estas figuras que en su momento escandalizaron a la sociedad por su libertad para amar y que quizá por eso fueron juzgadas como frívolas, pero el tiempo pone todo en su lugar y la pluma de Mónica Lavín suaviza lo que toca; como si tejiera en telar de cintura, con esa dificultosa delicadeza, la escritora recrea cada una de las historias de amor clandestino que se entrelazaron con momentos de la historia nacional, sonados en su tiempo y el nuestro también; amores legendarios contados de boca en boca porque fueron secretos en voz alta.