Por Jorge Gabriel Rodríguez Reyes
La fábula dice que el pececito preguntó “¿dónde está el agua?”, pues él no la podía ver a pesar de que nadaba en ella. En nuestra cultura actual, saturados de “comunicaciones sociales”(tv, internet, Facebook y Twiter), podríamos tener menos comunicación verdadera que antes de la aparición de estas plataformas. Hoy estamos menos comunicados que antes.
Sin duda la comunicación es esencial para nuestra vida social. Sin ella no podríamos tener muchas cosas que necesitamos para una vida valiosa, como amistad, trabajo y relaciones verdaderas. Sin comunicación vivimos en el vacío; es más, está demostrado que enfermamos. El cáncer y la esquizofrenia están relacionados con la falta de comunicación. Y el aislamiento puede hacer enloquecer a la gente.
Pero para dimensionar esta situación en su verdadera gravedad debemos entender bien lo que es la comunicación. Ésta se puede definir pragmáticamente como la transmisión de contenidos entre dos mentes para llegar a un acuerdo. Si la persona A dice “la noche está fría”, y la persona B responde “tú dices que la noche esta fría”, ha habido una buena comunicación entre ambas, han llegado a una verdad común, han compartido un conocimiento o una emoción o cualquier contenido de conciencia. Sin esto no hay comunicación, solamente transmisión de información por parte de A, pero que pudo ser o no comprendida por B. Por lo tanto, para que exista la verdadera comunicación se requiere que la información sea compartida, y sea verificada mediante la retroalimentación, la cual realiza el acuerdo del contenido, y quizá no tanto del significado, ya que, para A, la noche podría estar fría; pero, para B, no.
Si no existe la confirmación, la comunicación podría no existir. Y si nadie confirma sus comunicaciones podríamos estar en un universo de informaciones que no llegan a ninguna parte, y esto es precisamente lo que está pasando en nuestra cultura posmoderna.
Para uno de los más importantes críticos a esta cultura, David Morley, la comunicación está totalmente desvirtuada. Y, para Jameson, “ahora vivimos en la superficie, en la “cultura del espectáculo””. Lo real ha sido sustituido por su imagen, y la imagen por el simulacro. Pasamos de la visión de lo real, a la visión de la fotografía de lo real, a la creación por “photoshop” de lo real. Se enfatiza la superficie de la imagen, pero en el fondo hay un vacio, no hay nada que la sostenga.
El crítico Ignatieff es más duro aun, afirma que:
“Ésta es la cultura de los tres minutos, de los políticos con sus mensajes de 30 segundos. Donde las noticias deben armarse en 30 segundos, y cada una de ellas está desconectada de la anterior y de la siguiente, en el marco de un bombardeo publicitario de un minuto. En esta cultura de tv, el zapeo de los canales permite ver varios canales al mismo tiempo, sin concentración, y por periodos muy breves. En lugar de una narración hay un flujo de imágenes, no hay secuencia, hay brincos aleatorios”.
No existe una trama o un argumento, solamente una secuencia de relámpagos de impactos visuales. En suma, no hay memoria o está diluida en una totalidad heterogénea. Esto produce una amnesia en el espectador, y un aturdimiento. Cualquier cosa está mezclada dentro de una especie de pantano de imágenes contaminadas. Es como la comida chatarra para la mente: sólo hay trozos para ir picando, pero nunca un platillo intelectual completo para saborear. Nada es permanente o degustable, todo se consume y se tira. En los siguientes 30 segundos habrá más imágenes para, literalmente, tragar. El espectáculo se ha convertido en lo real. Los noticieros serán “reality shows”.
Beaudrillard afirma: “Estamos siendo seducidos por un espectáculo hiperrealista constituido por puras imágenes flotantes detrás de las cuales no existe nada. Al principio la imagen reflejaba la realidad; posteriormente enmascaró la realidad, finalmente señala la ausencia de realidad, hoy la imagen es su propio simulacro”. Nos hemos ido acostumbrando a preferir la imagen al objeto real, a preferir la copia en lugar del original, la representación teatral publicitaria como sustituta de la acción real, la apariencia a la forma de ser real, la mentira a la verdad. Según Eco, “hay cada vez más información y menos significado, la súper fluidez de la información devora sus contenidos y se desliza a lo largo de una espiral amnésica”.
Debido al bombardeo de información se anulan todas las diferencias de contenido, y lo único que queda es un espectáculo sin significado. En la política no hay crítica racional, sino éxtasis y seducción de lo banal. Por ello, cualquier opinión no solamente se vuelve imposible, también irrelevante. Mañana aparecerá otra información que contradiga a la primera; en consecuencia, lo verdadero no existe. Esto produce hastío y también angustia. Atemoriza porque no hay nada en qué o nadie en quién confiar. Por ejemplo, las elecciones, o los debates televisivos, son diseñados para que causen un impacto televisivo exitoso, y ya. En esta cultura, las bodas reales, las contiendas políticas o los bombardeos en determinada zona de guerra son, ante todo, eventos de tv. De los candidatos a la presidencia no tenemos nada más que imágenes impactantes publicitarias que cambian cada 30 segundos; pero en el fondo existe un vacío de información.
Por todo esto es sabia la crítica de Sartori en Homo videns: “el hombre moderno es visual y vivimos en una sociedad teledirigida”, que no lee, o lee cada día menos, y que no puede tomar decisiones sabias porque no tiene información. La información no está a su alcance o no hay medios que se la proporcionen. Esta situación recuerda a Marshall McLuhan: “el medio se ha comido al mensaje”. Y es, en este contexto, que pensadores como David Bohm proponen el rescate del diálogo autentico.