Por Andrea Osnaya
Cualquier actividad o producto realizado por el ser humano con una finalidad estética o comunicativa, mediante la cual se expresan ideas, emociones o, en general, una visión del mundo, mediante diversos recursos, como los plásticos, lingüísticos, sonoros o mixtos. Así define al arte el portal de Wikipedia, a lo que Jodorowsky difiere señalando que la finalidad del arte está dirigida a curar, porque si no cura, no es verdadero, dice.
Y es que cualquier acción artística, al encontrarse dentro de los territorios de la expresión simbólica, su trato es directamente con el hemisferio derecho de nuestro cerebro, ahí es en dónde habita el lenguaje de nuestro corazón, en dónde todos somos uno y nos comunicamos con una mirada, con un andar, con una obra de arte…
Es un hemisferio integrador, especializado en sensaciones y sentimientos. Muchas de las actividades atribuidas al inconsciente le son propias. Gracias a él, entendemos las metáforas, soñamos, creamos nuevas combinaciones de ideas. Es intuitivo en vez de lógico, piensa en imágenes, símbolos y sentimientos. Es quién nos ayuda a percibir el mensaje de una obra artística, más allá del encuadre racional que nosotros le demos conscientemente. Y es así cómo, vía el arte, una gran ola de compuestos ideas-emociones baila entre nosotros haciéndonos vibrar: en la calle, en los museos, en las redes sociales, en nuestra propia casa, etc.
El arte nos lleva a lugares muy íntimos, algunos explorados y otros no, nos presenta colores y texturas internas, le da voz al interior que todos compartimos, nos nutre el alma, nos invita a reflexionar, nos da una luz, nos muestra un camino, nos depura, nos aligera.
Ya sea cómo emisor o cómo receptor siempre habrá en nosotros al menos una semilla de arte que nos invite a procesos de cambio y autoconocimiento.
Cuando las razones se acaban, comienza el arte.